Fuente de la imagen: geralt en pixabay |
En la antigua Grecia, era costumbre que los jóvenes se relacionaran con aquéllos de sus semejantes catalogados como veteranos, decanos o mayores, para aprender y emular los valores y las habilidades de sus precursores. Generalmente, el elegido acostumbraba a ser un amigo del padre, un allegado o un familiar. Así, preparándose Ulises (Odiseo), para la Guerra de Troya y su interminable viaje (obra La Odisea, de Homero), confía la tutoría de su hijo, Telémaco, a su amigo, Mentor, de ahí que la palabra “mentor” sea relativa a tutor, profesor, consejero o persona sabia. Los griegos cimentaban esta correspondencia en los pedestales del fundamento de la conservación de la especie humana. Las personas asimilan destrezas, conocimiento, sabiduría y valores a partir de otros individuos, a quienes veneran o respetan. Estos principios han sido importantes dispositivos en la continuidad de la cultura, de la actividad económica y de la propia sociedad, desde la Prehistoria.
En ese sentido, mentoring es un proceso de aprendizaje, por el que una persona asume la propiedad y la responsabilidad de su propio desarrollo personal y profesional. Para ello, se instituye una relación individualizada, coordinada por el mentorizado, a través de la cual, el mentor destina su tiempo, distribuye su comprensión y entendimiento y consagra su energía para que el mentorizado obtenga nuevas posibilidades, progrese su modo de cavilar y despliegue toda su potencialidad como profesional y, por derivación, como individuo.