Fuente de la imagen: rvs/2012 |
Agradable sobremesa la de ayer con unas amistades. Después de cocinar marmitako
de bonito (si quieres la receta visita el post[1] del mismo nombre), que lo maridamos
con un tinto joven shyrah, charlamos largo y tendido acerca de los malos
presentimientos en los negocios, que yo prefiero catalogarlos como intuiciones. En mi caso, ha existido alguna que otra ocasión donde, una
vez previsto el cierre operativo o económico de un ciclo empresarial, se me ha
cruzado insistentemente la idea de cerrar mi colaboración en esa entidad o
grupo inversor.
Analizada fríamente la intuición, tomé la de decisión,
vendiendo la participación a precio de saldo. Años después, a la vista de los
resultados comerciales, económicos y financieros, mi corazonada no era descabellada y acerté de plano con mi retirada a tiempo. Sin embargo, también me he embarcado en algún proyecto, incluso convenciendo a otras personas de las bondades de la otra parte,
y hasta el final, a fuerza de abrirme los ojos con el rosario de calamidades,
malas artes y amenazas a personas queridas, no me di cuenta de la catadura
moral de esos individuos, que van pregonando por la prensa palmera y el cabildeo de turno la excelencia de su
actividad profesional o empresarial.
Siendo en verdad unos presuntos mafiosos y unos chapuceros, que tienen "cincelado el signo del dólar" en sus
frentes, junto a la "bota de hierro" en el cuello del socio, colaborador o becario. Ya fuera por la inicial amistad al luego
demostrado ignominioso, depravado y tunante, o por hacer oídos sordos a lo que me advertían otros profesionales, conocidos y allegados, que por activa y por pasiva intentaban prevenirme de lo que era de cajón (desde aquí, aunque tarde, gracias),
el caso es que ni un mal presentimiento se me cruzó por la cabeza, hasta el punto
que días antes del irremediable desenlace, seguía vendiendo con ilusión el proyecto y su marca por corporaciones locales.
Realmente, estaba totalmente ciego. No obstante, ese saber cosas que no sabes que sabes es muy
importante, por lo que hay que aprender a escuchar a esa interrelación entre
corazón y cerebro, que llamamos intuición y que sin saber que lo sabes, te
empuja hacia, en el momento, inentendibles caminos, ya sean profesionales, empresariales o,
incluso, personales. La vida misma, dirás (fuente de la imagen: dibujo de peque
de ocho años).
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[1] Velasco carretero, Manuel. Marmitako de bonito. 2006. Sitio visitado el 04/10/2012.