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La otra es que la escasez de capital y resto de recursos, nos obliga a cambiar el chip, es decir: vivir de forma campechana, rasa, afable, llana, humilde, natural diría. ¡Ay. Esas costumbres consumistas arraigadas al abrigo del ficticio crecimiento económico de finales del siglo pasado, desde Reagan y Thatcher, hasta la primera década de este siglo!
Como decían nuestras madres: “Nadie da duros a cuatro pesetas”. Será porque la mayoría somos o seremos pobres, que ahora la búsqueda de la buena relación calidad-precio, lo barato (para no andarnos con rodeos), no es sinónimo de tacañería, inopia, insuficiencia o ahogo. Es equivalente a realidad y supervivencia.
Y la parte de la élite que sigue ganando dinero a espuertas, piensa que cuando la economía real o ficticiamente mejore, estructural o coyunturalmente, volveremos a dar rienda suelta a nuestras carteras ajenas de billetes. Pero eso no va a ser así. Tendrán que pasar varias generaciones y que transiten por los mismos caminos de descontrol y liberalidad que la nuestra, para entrar en similar derroche e inconsciencia.
Difícil, pero no imposible, porque el ser humano es el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra. Y si la extinción del humano no ha llegado, ese momento de la Vida será la puntilla que lo condene y certifique su desaparición. Imagen incorporada con posterioridad; fuente: manfredrichter en pixabay.