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La disposición de la mesita de noche del peque, me emocionó y evocó ayer el primer libro que compré con mis ahorros[1], La Odisea, que descansaba en el desvencijado velador de mi niñez. Tendría casi trece años y no recuerdo cómo llegué a administrar las ciento y pico de pesetas que invertí.
Tal vez, dinero proveniente de un resto de la remuneración por los trabajos del verano en San Sebastián[2], capital devuelto por mi madre y no gastado en tebeos de Mortadelo y Filemón[3]. También, adquirí en la tienda Marcos Morilla, un flexo, diseño básico de aquellos tiempos, con sus calambrazos incluidos.
No tengo ni la más remota idea de qué fue lo que me impulsó a comprar el poema épico de Homero, puesto que la transitoria EGB, a la que tardíamente empecé a frecuentar, previa al Bachillerato, iba por otros derroteros pedagógicos y didácticos, felizmente superados.
Puede que las reminiscencias de las lecturas a viva voz, de libros de caballerías, que mi hermana mayor realizaba en torno a la chimenea de los fríos inviernos de la década de los sesenta de siglo pasado, me empujara hacia los dialectos homéricos. No sé.
Ni tan siquiera recuerdo de si me llegué a leer todas las páginas en esa etapa, puesto que la relativa costumbre por la cultura la estoy empezando a conseguir hoy. Pero me alegro un montón de haber tenido esa iniciativa en los precisos momentos difíciles de toda infancia, camino de la adolescencia.
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[1] Doscientas y pico de pesetas que atesoraba desde el campo, que me las dio el progenitor en compensación a la recogida de hierro para llevar a la chatarrería.
[2] Velasco Carretero, Manuel. La Tregua. 2006. Sitio visitado el 29/04/2012.
[3] Velasco Carretero, Manuel. Bajo el recuerdo del TRUENO. 2012. Sitio visitado el 29/04/2012.