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A punto estaba de decirle que lo cambiara por un vaso de agua o una cerveza, cuando me presentó una botella negra, con etiqueta blanca y un nombre impreso: “PAGO FLORENTINO”. La descorchó y, pasado unos minutos, me sirvió una copa. La tenue luz me impidió captar el color. El cóctel de fragancias que pululaban en el ambiente imposibilitó hechizar el olor. Pero el paladar se inundó de sensaciones aterciopeladas, matices frutales y veteranos taninos. Lo acompañé con un trozo de tortilla española. Me encantó. Como ya me conoces, sabrás que, una vez en casa, busqué la bodega: Pago Florentino. Fuente de la Imagen: mvc archivo propio.