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Entramos en un pequeño pero decente bar, situado en una de las callejuelas del centro de Málaga capital (Andalucía, España). En la diminuta barra, el señor camarero se movía como un grácil bailarín de la restauración. Nos sirvió los “sombras” (un dedo de café y resto de leche). Tan minúsculo el establecimiento que, en momentos, parecía que estábamos detrás del mostrador y el camarero fuera.
En frente de mi nariz, que casi podía tocarlo, se encontraba colgado un almanaque con una gran foto de la Virgen. Un día del mes de febrero tenía anotado, con educada caligrafía, la palabra “bombona”. El icono, el olor a comida casera, el café y, sobre todo, la inscripción del almanaque, me recordaron a mi madre. La mujer escribía en el calendario, con letra redondeada y autodidacta, el cambio de bombona. ¿Por qué lo hacía? ¿Para controlar el gasto? ¿Por desconfianza?
Si estuviera con nosotros, no dudes que se lo preguntaría. Si hoy caminara en la vida, probablemente estaría desorientada con los precios del gas, la leche y el pan y, seguro, escrutaría con su mirada el almanaque con las anotaciones de los cambios de botella (foto de una bombona de gas butano en España; fuente Wikimedia commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: makamuki0 en pixabay.