miércoles, 15 de agosto de 2007

Del trote al galope

Fuente de la imagen: rihaij en pixabay
La reciente desgracia de la amazona, fallecida al caer de su montura, durante una de las carreras disputadas en el Hipódromo de San Sebastián (País Vasco, España), me ha puesto melancólico por tres razones: por la pérdida en sí de una vida, porque conozco ese casi centenario hipódromo (noventa y un años de historia), ya que los veranos de la adolescencia me los pasaba trabajando en un restaurante de esa bella ciudad, y porque he invocado las continuas caídas de la ligera yegua blanca de mi infancia, ruana, sangre tibia, aquélla por la que lloré cuando mi padre la vendió, por vieja, a la Plaza de Toros de Ronda. 

Todavía rememoro los tremendos golpes en mis costillas. También, podía haberme quedado en uno de esos batacazos, pero la vida prefirió mantenerme en su regazo. Montaba a pelo al animal desde que tengo retentiva y me encantaba el roce del viento en la cara, mientras pasaba del trote levantado al galope de aire asimétrico, próximo a las centenarias encinas de cualquier paraje de la hermosa serranía (Imagen de Wikimedia Commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: rihaij en pixabay