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Fuente de la imagen: archivo propio |
Dormía en la amplia habitación que mi familia utilizaba también de despensa, para las chacinas. De repente, me despertó mi querida madre: “Manolo, Manolo, que te llama tu hermano, levántate”. Otra vez: “Manolo, Manolo, que dice tu hermano algo del adelanto de los Reyes Magos”.
Al escuchar las palabras mágicas, salté de la cama y me vestí como mejor pude. En la siguiente habitación esperaba mi madre para darme el visto bueno y ponerme la pelliza (en esas fechas hace un frío en la serranía que te pelas). Como un chelín, salgo corriendo.
En la estancia aguardaba mi querido hermano mayor: “Manolo, los Reyes Magos han estado esta noche y te han dejado los regalos en la era, pero las ovejas están merodeándolos y se los van a comer”. Pero bueno, acaban de darme la responsabilidad de cuidar el ganado y ya se habían escapado de los establos. Mi padre se iba a enfadar (pensé ).
Pero la ilusión pudo mucho más y anuló ese pensamiento negativo. La era estaba de la casa a medio kilómetro aproximadamente. Salí corriendo. Llegué. Busqué. Rebusqué. Ni ovejas ni regalos. Nada. Volví. “¿Pero no lo has encontrado? !Debajo del nogal, hombre¡”. Volví corriendo. Busqué. Rebusqué. Nada.
A media mañana, mi hermano no pudo más y me dijo “Santos Inocentes”. Lloré. Luego me lo explicaron. Sonreí. Desde entonces me han hecho incontables inocentadas, en la vida profesional y en la personal. Primero me cabreo pero luego me siento feliz por ser diana de ese tipo de flechas emocionales. Me debes una, hermano mío. :-)