Fuente de la imagen: mvc archivo propio |
Hace unos años, te comenté la visita a un huerto urbano (ver post “El huerto de Molière”[1]). Pues bien, ayer, en compañía de Alonso, tuve la oportunidad de revivir aquellos momentos entre verduras. El recio viento que soplaba propició que una mata de habas me acariciara el semblante. Esa agradable sensación me transportó a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando mi madre me apañó una zoleta y me entregó un "atillo" que contenía un pedazo de salchichón, curado al aire de la Serranía de Ronda, y el preceptivo trozo de pan, con el mandamiento de labrar la tierra donde crecían oportunas matas de habas. Presto estuve ante tal agropecuaria tarea que, arribado el plantío, me encontré ante un, para mi estatura de infante, frondoso bosque de vicia faba[2].
Ni corto ni perezoso, me interné entre aquellas plantas trepadoras y, encontrado un rellano, dispuse a reponer fuerzas antes incluso de haber dado buen uso del escardillo. Disfrutado el embutido y el chusco y habiéndome sabido a poco, volví a la hacienda donde, con estrategia de niño, imploré a la madre reponer el "atillo" con suculenta vianda. Sorprendida mi querida ascendiente, dispuso nuevas provisiones en el paño y dándome un beso en la frente, me recordó nuevamente la tarea. A partir de ese momento, la memoria no alcanza a recordar más, sólo la resonancia de las hojas de la planta rozándose unas con otras y en la cara y brazos. Te dejo una foto que me hicieron ayer, entre habas. Si quieres unas cuantas más, alojadas en Facebook, clickea AQUÍ.
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[1] Velasco Carretero, Manuel. El huerto de Molière. 2012. Sitio visitado el 27/02/2015.
[2] "faba", como diría María Luisa, mi profesora de Derecho Romano.