viernes, 19 de diciembre de 2014

Competencia esencial

Fuente de la imagen: MikeGoad en pixabay
Leo en la página 245 del Diccionario histórico enciclopédico
[1] de V. Joaquín Bustos, que a la elocuencia se la representaba, a veces, con una hermosa ninfa adornada con guirnaldas y coronada de perlas, teniendo un cetro en la mano y en la otra un libro abierto sobre el cual hay un reloj de arena. Otras veces, se figura con una respetuosa matrona. La diadema que le ciñe la frente, indica su dominio sobre los espíritus. El rayo y las flores que algunos ponen en una de sus manos, demuestran la fuerza de la razón y el encanto de la misma que emplea con igual suceso. El caduceo, símbolo de la persuasión, yace a sus pies. Una columna rostral da la idea de la tribuna de las arengas, en la cual se ven escritos los nombres de Demóstenes y de Cicerón. 

Algunas veces, está armada de pies a cabeza como Palas y con uno de sus brazos arremangado hasta el codo arroja piedras, emblema de una elocuencia austera y rápida como la de Demóstenes. La elocuencia poética se expresa con el símbolo de Orfeo, cuyos sonidos armoniosos traen y encadenan a sus pies a los animales más feroces. Cada género de poesía tiene una elocuencia que le es propia. Traigo a colación lo anterior porque en esta semana hemos tratado en la disciplina Técnicas de Negociación, del Grado de Derecho, en la UNIR y de la mano de Andrés, la importancia de este término, junto con la personalidad, la seguridad y la naturalidad, en el perfil del negociador excelente, ese arte de persuadir a nuestros interlocutores para que actúen en la dirección que más nos convenga y nos ayuden, con su comportamiento, a la consecución de nuestros objetivos. 

Aprovechándome de las ideas claves, para ser elocuente, debo transmitir seguridad, naturalidad y coherencia. La seguridad en mí mismo debe estar ligada con la flexibilidad para adaptar el nivel de autoestima al nivel de mi interlocutor. Naturalidad cuando me comporto conforme a lo que soy, con mis virtudes y defectos. Respecto a la coherencia, mi comunicación no verbal y la verbal deben ser coherentes; mi forma de andar, el tono de voz o los gestos faciales, transmiten muchas cosas[2]; asimismo, mi coherencia interna se debe fraguar vía confianza, ética y moralidad. Para terminar, no cabe duda que si soy elocuente en el proceso negociador, dispongo de una competencia que se configura esencial, sobre todo, en el punto culminante de cierre de un acuerdo o negocio. Imagen incorporada con posterioridad; fuente: MikeGoad en pixabay.
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[1] V. Joaquín Bustos. Diccionarios histórico Enciclopédico. Imprenta de la Roca. 1833. 
[2] Solo si se saben interpretar.