domingo, 18 de enero de 2009

Lejana alameda

El estado de abandono en el que se encuentra este parque infantil, situado en la ribera de un riachuelo y escondido en una apartada pedanía de las huertas de la serranía, ayer me hizo recordar los paseos de la adolescencia por la alameda del Tajo (Ronda, España), junto a los contados amigos. 

Las escasas atracciones eran de hierro. Alguna vez fueron pintadas en verde e hincadas en la tierra. Nos sentábamos en los columpios a comer pipas de girasol y divagar sobre el incierto futuro, mientras las palomas suplicaban que le echáramos migas de pan y, a lo lejos, presentíamos oscuros enredos y tejemanejes de los que, una vez mas, nuestra atareada Estrella nos mantuvo, por suerte, apartados. 

Crujían las maderas cuando trepé hasta conseguir subir a la techumbre roja y descolorida. Allí, en lo alto, a través de las cañas, el forraje y los arbustos, divisé el agua del río escapándose entre las piedras. Y me sentí niño desarraigado y, a la par, afortunado de aquella lejana alameda. Y quise volver a ella para llorar, agradecido. Pero era tarde y debíamos regresar a Málaga (foto propia).