martes, 1 de julio de 2014

¿Una raza superior?

Fuente de la imagen: Peggy_Marco en pixabay
Me contaba ayer Carmen su desagradable desencuentro en una administración pública española y lo triste que estaba por la experiencia padecida. Para animarla pensé en enviarle el magistral monólogo sobre los funcionarios de la inigualable Amparo Baró (Club de la Comedia), que escuché hace unos años, pero sólo localicé en Youtube unos minutos, subidos por ubuntista2, que te incrusto al final del post. Tampoco hace mucho que en el marco de Derecho Administrativo vimos en clase esta figura personalísima. Entre los derechos de la clase funcionarial se encuentran la inamovilidad (no pueden ser privados de su condición de tal, salvo que se le expida un expediente sancionador con la sanción más grave), el derecho al desempeño de un puesto de trabajo concreto con un nivel correspondiente a su grupo, derechos económicos, derechos colectivos… y una batería de privilegios, como los complementos de destino que reciben en función del nivel de puesto de trabajo que desempeñan, el específico que reciben en función de la responsabilidad, dificultad técnica, peligrosidad o penosidad del trabajo que desempeñan o el de productividad que retribuye el rendimiento.

Pero lo que quiero especificar esta mañana, porque es donde radica la congoja y el desánimo de Carmen, es en los deberes del funcionario. Por un lado se encuentran los deberes constitucionales, como actuar con fidelidad a la Constitución Española en el ejercicio de la función pública, con neutralidad e independencia política, tener un trato correcto, deber de abstención cuando concurran las causas para ello, prohibición de discriminación o no obstaculizar el ejercicio de libertades públicas. Por otro lado, no menos importantes, aparecen los deberes profesionales, como ser eficaces, desempeñando de manera fiel y competente las funciones que tengan encomendadas o la asistencia al trabajo y permanencia durante el horario previsto, deber de sigilo y de secreto profesional, cumplimiento de sus tareas con diligencia, etc. En fin. Conozco a buenos funcionarios y funcionarias y no creo que sean una raza superior, pero percibo que a algunos de ellos, como sucede en otras profesionales, hay que echarles de comer aparte (imagen: instantánea del monólogo). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: Peggy_Marco en pixabay.