jueves, 8 de noviembre de 2012

Deliberé, consideré y concluí

Fuente de la imagen. rvs/2012
Poco tiempo tengo esta mañana para escribirte la meditación de ayer por la tarde, después de escuchar a un, para mí, exitoso emprendedor durante toda su vida, cercana a los ochenta años (desde este sitio, agradecerle el tiempo que nos dedicó y el conocimiento que nos transmitió). Deliberé que ese resultado feliz de un proyecto, empresa, objetivo o meta, que catalogamos como “éxito” y que puede parecer fácil o injusto para el espectador que lo envidia o critica, no es sino el resultado de una aplicada experiencia resolutiva del que lo trabaja y disfruta, estableciendo de forma continua objetivos un poquito por encima de las presuntas capacidades que se disponen en cada momento evolutivo, y así sucesivamente.

Por lo anterior, consideré que la persona que se haya diferenciado en algo no tiene por qué ser consecuencia de habilidades congénitas, es decir, la aptitud competitividad o idoneidad del individuo, no tiene por qué simbolizar inteligencia ni mucho menos estimulación innata o temple heredado. Concluí que para tener éxito en lo laboral, profesional, empresarial, institucional y personal hay que afanarse severamente durante tiempo razonable, de forma metódica, rigurosa, estricta, punzante, sufridora, sacrificada, continua... armonizando lo físico y lo externo con lo emocional, espiritual e interno (Fuente de la imagen: dibujo de un peque de ocho años).