miércoles, 26 de octubre de 2016

Secretos, confidencias, desahogos...

Fuente de la imagen: pixabay
Coincido con la opinión de aquellas personas que estiman que en el trabajo es conveniente establecer fronteras o grados de intimidad con los compañeros y compañeras a la hora de contar tal o cual anécdota personal, secreto, confidencia, desahogo... A veces no es fácil discriminar lo que se debe o puede contar de lo que hay que ser discreto, bien por terceros afectados, bien por uno mismo. 

En lo que a mis experiencias se refiere, utilizo ciertas reglas como, por ejemplo, si previamente me pregunto si debo contar tal o cual atribución o historia, entonces soy conservador y no la cuento, hasta tanto no me responda a mí mismo. De cualquier forma, hay que huir de los detalles[1], puesto que producen desconcierto, desorientación, en tus interlocutores, cuando no repugnancia o asco. 

No obstante, si escuchas a expertos en la materia[2], éstos abogan por no ser tan restrictivos a la hora de transmitir ese tipo de emociones, puesto que más vale correr el riesgo ante una presunta metedura de pata o desliz en una conversación, que irse guardando esos temas una y otra vez hasta que llegue el instante de una explosión emocional de impredecibles consecuencias. 

Realmente, con la mayoría de los compis de la oficina, de la sección, del proyecto, de la división, de la cadena… terminas consolidando relaciones sólidas que en algunas situaciones van más allá de la convivencia laboral o institucional y en determinados casos dejamos pasar a un segundo término, en el marco relacional, lo profesional en beneficio de lo personal (Fuente de la imagen: pixabay).
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[1] Sobre todo los escabrosos, desagradables o sensibles.
[2] Psicólogos, fundamentalmente.