Por lo visto, después de recibir un correo, se tarda una media hora en recuperar la concentración óptima y dada la avalancha de spams, mensajes numerosos y multicolores que recibimos a lo largo de la jornada laboral y nuestra cada vez más impulsividad en atender la comunicación, genera un preocupante decremento de la productividad.
Con todos mis respectos, pienso que son de cajón esas conclusiones y no había que haber realizado un trabajo de investigación tan profundo, ya que existe un histórico de ejemplos sumamente representativos. Se me viene a la cabeza desde las innumerables llamadas telefónicas que se reciben, de todo tipo, hasta el compañero pejiguera, plasta y monserga que te interrumpe por nimiedades y se extiende eternamente en sus circunvalaciones cerebrales.
Por si es de
El ajuste del procedimiento, sorpresivamente generó un uso más extensivo y eficiente de esta forma de comunicación. En realidad, aplicamos la misma lógica que años antes utilizamos con el teléfono, sobre todo las llamadas personales y las de marketing telefónico. Eso sí, el perfil mazacote de turno seguía realizando diariamente su ruta, distorsionando las agendas de trabajo diaria que se encontraba a su paso, para desesperación de sus compañeras y compañeros (lo que posteriormente le sucedió, lo contaremos otro día).